jueves, 3 de octubre de 2019

                   IMÁGENES DE MIEDO

       Visitantes de la selva

Hace unos años, viajamos mi novio y yo a Chiapas con mochila en hombro y muy poco presupuesto.
Decididos a aventurarnos por completo, no contratamos los servicios de ninguna agencia o guía turístico y tampoco previmos asuntos de hospedaje, transporte o rutas. Queríamos explorar la selva y tener una experiencia muy “natural”.
Debes saber que la Selva Lacandona es una de las más grandes del mundo y muchas de sus áreas aún están inexploradas, la llaman “El Desierto de la Soledad”.
En la exploración descubrimos paisajes hermosos y quedamos fascinados con tanta belleza, realmente estábamos disfrutando el viaje, el problema empezó cuando cayó la noche.
Totalmente a ciegas, alumbrados solo con la lámpara del celular, intentamos regresar por el mismo camino que habíamos recorrido para adentrarnos a la selva, pero no lo conseguimos. Cansados de dar vueltas y no encontrar la salida, y con el temor de que un animal nocturno nos pudiera atacar, pensamos que lo mejor sería quedarnos allí a esperar que alguien pasara o, en su defecto, amaneciera.
Por suerte, pocos minutos después apareció un maya que regresaba a su casa y quien, al ver el peligro en el que nos encontrábamos, decidió guiarnos a una cabaña que se rentaba para turistas e investigadores.
Seguimos al maya hasta una casita de donde salió una anciana que no hablaba español. El muchacho nos ayudó a interpretar y traducir y la señora accedió a rentarnos la cabaña (que se encontraba a unos metros de allí) por muy poco dinero, sólo por esa noche. Nos dió unas velas y nos llevó hasta la casita, mientras el maya se alejaba por otro camino.
Al entrar a la cabaña notamos que había muchos retratos en las paredes. Nos pareció una excesiva decoración de cuadros con fotografías de rostros, sobre todo porque se trataba de una cabaña rústica.
Las fotografías comenzaron a perturbarnos, porque daba la impresión de que los rostros estaban mirándonos fijamente. Incómodos con la situación decidimos irnos a la cama y olvidarnos de los ojos que nos miraban. Después de un rato nos quedamos completamente dormidos.
En la mañana mi novio despertó sobresaltado y me llamó asustado. Apenas abrí los ojos, el terror me recorrió desde la punta de los pies hasta la nuca. La habitación no estaba plagada de cuadros con retratos, sino de ventanas.
lacandona

Los vampiros de Comala

Mi madre, una mujer mayor, un día desapareció. Ella era totalmente independiente y gozaba de plena conciencia. Sin embargo el día de su desaparición nadie la vio salir de su casa.
Reportamos su desaparición y empezamos la búsqueda. Con el tiempo el recuerdo de mi mamá comenzó a borrarse y ya sólo yo mantenía la esperanza de que regresara a casa.
Un día llegó un rumor: habían encontrado a Eligia en un baldío en Comala pero estaba irreconocible y era muy agresiva.
Fui en mi auto hasta el pueblo y pregunté por una mujer mayor viviendo en un baldío, hasta que di con ella. Habían pasado poco más de 2 años y mi mamá había envejecido notablemente. Su pelo estaba totalmente enmarañado y sucio, era en extremo delgada, vestía ropa rota y sucia, tenía las uñas largas y destrozadas y olía de una manera bastante desagradable. Vivía entre cartones y basura y la gente de la colonia me dijo que se alimentaba de los restos que algunos vecinos le dejaban allí. No se dejaba tocar y si alguien se le acercaba llegaba a morder o rasguñar.  
La llevé al hospital donde la asearon, cortaron su pelo y sus uñas, curaron las heridas que se había hecho por vivir en la calle y le suministraron suero y vitaminas porque estaba en un severo grado de anemia y deshidratación. Luego de unos días en el hospital, volvimos a casa.
Mi madre ya no hablaba, su mirada estaba perdida, se sentaba todo el día en su mecedora a ver la pared sin levantarse ni una vez. En la noche la acostaba en su cama y rezaba junto a ella.
Los siguientes días no logré dormir bien. En las madrugadas sentía mucho temor y siempre me despertaba sobresaltada. Suponía que era normal, debido  a la preocupación que me causaba el estado de mi madre.
Una noche desperté asustada y noté que la puerta de la habitación de mi madre estaba abierta. Se había ido otra vez. La busqué por todo el pueblo y finalmente llegué al baldío en Comala, donde estaba escondida entre cartones.
La situación se repitió varias veces más y cada que la encontraba estaba cada vez más debilitada y más ausente. En cualquier descuido, se escapaba de mi casa y se iba al baldío hasta que llegaba por ella. Cansada de la situación, tuve que encerrarla en su cuarto durante las noches y entonces el problema terminó. Hasta aquella noche…
Desperté con un sobresalto, era de madrugada, escuché pasos en la azotea y corrí a la habitación de mi madre pero ya no estaba allí. La ventana estaba abierta. Había trepado por la ventana hasta la azotea. Salí al patio a buscarla y la vi de puntillas sobre el filo del techo, como si estuviera sostenida por una fuerza que la tiraba hacia arriba.
Tenía los ojos en blanco y de su garganta salía un sonido parecido al ronroneo de un gato, pero mucho más intenso. Grité aterrorizada y pedí ayuda. No tardaron en llegar los vecinos pero para ese momento mi mamá ya había salido de ese trance y estaba sentada en el techo de la casa, viéndome fijamente.
Volví al baldío tiempo después, a preguntarle a los vecinos si habían visto algo raro. Nadie quiso hablar del tema pero unos niños me dijeron que allí vivía la señora que flotaba. Que ellos habían visto como en las noches unos seres bajaban del cielo y se la “comían, chupándole la fuerza”.

La casa de Cuernavaca

Cuando era niña nos fuimos a vivir a una casa en Cuernavaca porque mi papá consiguió un buen trabajo allí. Mi mamá era enfermera y cuidaba a una pareja de viejitos que vivían a unas cuadras de allí.  Yo pasaba mucho tiempo sola en casa, después de la escuela, porque mis papás llegaban tarde de sus trabajos.
Estaba acostumbrada a estar sola, desde que vivíamos en la Ciudad, pero esa casa me daba mucho miedo y no me gustaba estar sola en ella. Así que siempre al llegar llamaba a mi mamá, deseando que ese día hubiera llegado temprano, y estuviera en la cocina preparando de cenar o en su cuarto leyendo.
Un día llegué más tarde de lo habitual porque había ido a hacer la tarea a casa de un compañero. Entré a la casa y llamé a mi mamá, que me contestó desde arriba: aquí estoy. Dejé la mochila y subí a encontrarla. Recuerdo como me daba miedo subir esas escaleras, así que corrí rápido hasta arriba y seguía llamándola para saber desde qué cuarto me hablaba.

Su voz me dijo otra vez: “aquí estoy” y noté entonces que venía de un cuarto que no estábamos utilizando en ese momento. Era la recámara donde mis papás guardaban cosas viejas, adornos de navidad, libros… Corrí a la puerta y justo cuando puse mi mano para girar la perilla, escuché que abajo se abría la puerta principal y mi mamá gritaba: “¿Ali, estás en casa? Ya llegué…” Di un salto hacia atrás y corrí lo más rápido que pude por el pasillo, hasta las escaleras, para encontrarme con mi mamá. Cuando llegué al final del pasillo miré hacia atrás y pude ver como la puerta de la habitación estaba entreabierta y por el filo se asomaba una mujer que me miraba.



Y BUENO ESTO ES TODO RECUERDEN MANANA CAY EL MITIORITO ,F POR LA     Ñ            


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